IDENTIDAD INSTITUCIONAL

 

La Congregación

está puesta bajo la protección especial

de la SAGRADA FAMILIA.

Ella es nuestro modelo de vida

y fuente de nuestra espiritualidad,

que se centra en la contemplación y vivencia

del misterio de Dios hecho hombre.

María abierta al plan salvador de Dios,

que guarda en su corazón las palabras del Señor

y José, el servidor fiel y prudente,

dócil a las mociones del Espíritu,

viven con Jesús la voluntad del Padre. (Const.- 3)

 

Jesucristo es para Ana María Janer

el ideal supremo de su vida

y la razón de su entrega a los demás.

Su caridad, hecha servicio a los necesitados,

viendo en ellos la imagen de Jesucristo,

es signo auténtico de su amor a Dios,

que crece y se fortalece

por la búsqueda y el cumplimiento de la voluntad divina. (Const.- 4)


 

 

NUESTRO CARISMA:

JESUCRISTO, IDEAL SUPREMO DE LA VIDA Y RAZÓN DE LA ENTREGA A LOS DEMÁS. 

 

El núcleo esencial de la experiencia carismática de la madre Janer o, dicho de otro modo, el don, el regalo que recibe del Señor es hacer vida lo que tantas veces había escuchado, leído, meditado y rezado de la regla de vida de la Hermandad de Cervera: amando, consolando, curando y lavando a aquel pobre concreto, a aquel enfermo… amó, consoló, curó y lavó al mismo Jesús.

Y esta experiencia espiritual se ve aún enriquecida: ¿cómo cura, cómo consuela al que sufre? Tal como lo hizo el mismo Señor cuando se acercaba al leproso, a la viuda, a los pequeños. Y no se trata de realizar una imitación mimética de lo que Él hizo sino de hacerlo, como dice tan maravillosamente Pablo en la carta a los Filipenses, teniendo sus mismos sentimientos: “Tengan los mismos sentimientos y el mismo amor los unos por los otros, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. (Flp 2, 2-4)

Naturalmente, esta experiencia espiritual pasa por la personalidad concreta de Ana María Janer: una mujer decidida, valiente, con una fortaleza y una firmeza, casi podríamos decir, a prueba de bombas. Una mujer que aprende a leer la vida en clave evangélica, a esperar contra toda esperanza, sostenida por el descubrimiento fundamental de su vida en los diferentes momentos que debe afrontar: atención a los enfermos de cólera, a los heridos de guerra, exilio, dirección de la Casa de Misericordia, fundación del Instituto, fundaciones de colegios, casas de caridad y hospitales, revolución de 1868, proclamación de la Primera República, olvido dentro del mismo Instituto.

En todos estos episodios hay una constante: Cristo amado y reconocido en el hermano.

 

Ana María Janer dedica, pues, toda su vida al servicio de las personas marginadas de su tiempo: los enfermos pobres e incurables, los apestados, los niños huérfanos, los ancianos solos. La caridad, el amor a Dios y al prójimo, es lo que mueve a esta mujer a actuar, a salir de sí misma para atender la necesidad concreta del otro. Jesucristo, amado, consolado y acariciado en cada enfermo, en cada niño, en cada hermana de comunidad, en cada persona necesitada, es el ideal supremo de su vida y la razón de su entrega incondicional al hermano.

 

 

NUESTRA ESPIRITUALIDAD:

CONTEMPLACIÓN Y VIVENCIA DE DIOS HECHO HOMBRE 

 

La experiencia carismática de nuestra fundadora nos ayuda a descubrir cómo nuestro carisma se centra en la contemplación y vivencia del misterio del Dios encarnado. Queremos que Jesucristo sea el ideal de vida y la razón de nuestra entrega a los hermanos, como lo es para Ana María Janer.

Esta es nuestra identidad más profunda: descubrir a Cristo en el hermano, especialmente en aquel que parece haber perdido el reconocimiento de su propia dignidad. Y por eso tenemos un estilo propio de amar que posee unos rasgos distintivos que configuran nuestra espiritualidad:

 

  • La universalidad del amor: caridad sin fronteras. No hacemos acepción de personas, más bien nos acercamos con preferencia a los más necesitados. De esta manera queremos reconocer la dignidad de Hijo de Dios de cada ser humano.

 

  • La identificación con la situación del otro. Intentamos ponernos en la piel del otro, en los zapatos del otro. Queremos asumir la situación ajena como propia para descubrir en todo lo que vivimos la presencia del Señor.

 

  • La atención a la necesidad de los demás. Procuramos anticiparnos a la necesidad del otro como lo hace una madre por sus hijos. Queremos que nuestro amor sea previsor y que sepamos unir la suavidad en el trato con la firmeza.

 

  • El amor estable, fiel y misericordioso. Aunque sabemos que la fidelidad hoy no está de moda, apostamos por un amor incondicional que se hace cargo de las debilidades humanas y ayuda a afrontar las dificultades de la vida.

 

 

IDENTIFICACIÓN CON LA IGLESIA:

“NOSOTRAS AMAMOS A LA IGLESIA MÁS QUE A NUESTRA PROPIA VIDA”. 

 

El amor a la Iglesia nos distingue desde los orígenes. Las hermanas que a lo largo del tiempo hemos compartido el mismo carisma hemos vivido disponibles al designio del Padre, en adhesión a la Iglesia y a sus representantes, con sencillez, humildad y sentido de familia.   

 




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